UN SALUDO DE NAVIDAD

UN SALUDO DE NAVIDAD

 

Muy amados y amadas en el Señor, un saludo afectuoso a toda la amada Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico. Hemos llegado al filo de un año que ha presentado retos y dificultades muy particulares, retos y dificultades que nuestro laicado y nuestro extraordinario Cuerpo Ministerial han transformado en oportunidades para crecer y desarrollarnos como pueblo de Dios. Hemos llegado al tiempo grato en que recordamos que lo eterno invadió nuestros tiempos, que la Luz vino a desplazar las tinieblas, porque se hizo presente Emanuel, que es Dios con nosotros.

 

Es al inicio de esta época navideña que nos preguntamos, ¿qué es lo que tiene un maloliente pesebre para que inspire sueños y alegrías a generaciones por venir? ¿Qué tiene la cruenta cruz, símbolo de maldición y de muerte, qué tiene esa cruz que nos abre las puertas de la esperanza? Nos interesa saber esto porque lo que pueda transformar un pesebre en señal de gloria y lo que pueda transformar la maldición de la cruz en esperanza y vida, posiblemente puede tomar nuestro dolor, nuestra angustia y nuestra pobreza y transformarlos en sueños de gloria, alegría, fe y esperanza para todo Puerto Rico. Si lo que cambió el pesebre encarna en la pandemia, la transforma en oportunidad para ver la gloria de Dios. Si lo que transformó al pesebre y a la Cruz nos toca, seremos transformados en señal de la gloria divina y seremos hechos portadores de Su misericordia y embajadores de Su reconciliación.

 

Como hemos señalado antes, no debemos olvidar que la verdadera Navidad siempre viene envuelta en pañales y acostada en un pesebre. La verdadera Navidad no se encuentra en la abundancia, sino en la generosidad que se da aun en la escasez; no tiene que ver con objetos, sino con personas y con el amor prodigado; la Navidad es la entrega de todo por nada.

 

La primera Navidad fue así:

«Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón». Lucas 2.7

 

En la primera Navidad:

NO hubo energía eléctrica, aunque llegó la Luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano.

NO hubo servicio de agua potable, aunque llegó el Agua Viva que salta para vida eterna.

NO hubo internet, aunque llegó el Mensaje Eterno de Salud y Salvación.

NO hubo lugar en el mesón, aunque llegó el Creador de todas las cosas.

NO hubo una cama digna para el niño recién nacido, aunque nacía le Esperanza de la humanidad.

 

La primera Navidad fue una de carencias. Faltaban muchas cosas. Cosas que no llegaron con la Navidad. Lo que llegó con la Navidad fue el Verbo hecho carne. Encarnó en nuestro dolor. Encarnó en nuestras carencias. Se hizo presente en nuestra pobreza, para enriquecernos con lo que trasciende, para llenarnos de Su amor, para otorgar el secreto y el misterio de la felicidad verdadera y para mostrarnos el poder de Su amor.

 

¿Qué fue lo que cambió al pesebre y a la Cruz? La contestación es que ambos, el pesebre y la cruz, fueron tocados por Jesús. El Jesús que cambia la muerte en resurrección es el mismo que cambia el pecado en perdón, el vacío en plenitud, la tristeza en consuelo y la maldición en bendición. En Navidad celebramos que lo eterno invade nuestro tiempo para enriquecer con destellos de gloria nuestra pobreza.

 

En la primera Navidad Dios se hizo carne, se hizo presente en la vida de José y María, y en la vida de todos nosotros también. El pesebre no se hizo de oro, pero el momento de la visitación se hizo preciado. No se cambiaron las circunstancias, pero los personajes fueron transformados. La gloria de Dios se hizo presente en su necesidad y Dios los cambió para siempre. Nada más bello que unos padres que ven en los ojos de su primogénito la gloria del Dios viviente. Como dice el anuncio de una tarjeta de crédito, eso «no tiene precio», el dinero no lo puede comprar. El amor vale más que el dinero. No se consigue en las tiendas. Este año regalemos lo que más vale, lo que no se consigue en las tiendas.

 

Los eventos que llevaron a José y María hasta el pesebre fueron trágicos y difíciles. Pero en Navidad, desde su necesidad, vieron la gloria de Dios. Así esperamos culminar este año, viendo la gloria de Dios. Encarne pues en nuestras carencias el Verbo Eterno. Que Dios se haga presente en nuestra necesidad y grande tribulación. Que el 2020 no sea recordado por los terremotos ni por la pandemia. Que sea recordado porque celebramos la más bella, feliz y bendecida Navidad, la que se recibe cuando lo eterno invade lo temporal, la que une los corazones, sana las familias y nos enseña a vivir en amor.

 

¡Que así nos bendiga el Señor!