A lo eterno, valor eterno; a lo efímero, el valor que merece

11 de marzo de 2017

Génesis 25

 “Y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura”.  Génesis 25.34b (RV1960)

 

La primogenitura era algo de vital importancia en la antigüedad.  La misma recaía de forma natural sobre el primer nacido de la familia y acarreaba tanto beneficios, como responsabilidades.  El hijo primogénito, en su momento, se convertiría en el líder de la familia, teniendo la responsabilidad de representarla, atender todos sus asuntos y, además, ser su guía espiritual.  A este derecho le seguían la dignidad, la autoridad y la preeminencia sobre los demás nacidos de la familia.  Además, el primogénito recibía doble porción del patrimonio del padre.  Así que, los beneficios de la primogenitura eran tanto materiales como intangibles y se completaban cuando se recibía la “bendición” del padre.

Este derecho, además, podía cederse o venderse a algún hermano.  Precisamente, esto fue lo que sucedió entre Esaú y Jacob.  Esaú era hombre de caza, rudo, vigoroso.  Estaba acostumbrado al fluir de la adrenalina en su cuerpo, ya que se dedicaba a la caza.  Un día, tuvo necesidad de alimento y su hermano Isaac ofreció satisfacerlo a cambio de su primogenitura.  No sabemos si Jacob obró espontáneamente o había esperado esta oportunidad.  Lo que sí es evidente, es que Esaú menospreció su don, pareciéndole insustancial poseerlo ante la posibilidad de satisfacer su necesidad inmediata, que en este caso, era hambre.

Vivir el momento, ese fue el error de Esaú al cambiar un beneficio eterno por uno inmediato o efímero.  Es posible que él pensara que en aquella transacción no perdería la “bendición” de su padre, lo que sí le interesaba mucho.  Conocemos la historia.

El mundo de hoy promueve el disfrute del momento de muchas maneras: el “Y.O.L.O.” (you live only once), el “Carpediem” (aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana)…  Sabemos que vivir así, acarrea nefastas consecuencias para el alma.  Así que, demos a cada cosa su verdadero valor.  A lo eterno, valor eterno y a lo inmediato o efímero, el valor que merece.  Si así vivimos, perderemos lo inmediato, pero gozaremos de lo eterno.

 

Oración

Dios eterno.  Alabado sea Tu nombre para siempre.  Te ruego que me enseñes a discernir lo eterno de lo efímero y, que me concedas sabiduría para no vivir el momento, sino ampararme en Tus promesas eternas.  Amén.