“Junto a la mesa, la noche se hizo buena”

15 de noviembre de 2016

Efesios 3

“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…” (Efesios 3.20a RVR1960)

 

Disfrutando de unos días de asueto en celebración de nuestro primer aniversario de bodas, hicimos planes y estructuramos agenda para maximizar el tiempo a través de la ciudad de las grandes avenidas y edificios que tocan el cielo.

Caminamos sin descanso y escudriñamos cada espacio.  Entre la novedad, la expectativa y la alegría, descubrimos y vivimos cada experiencia.  Con el transcurrir de los días, entre la pizza, la hamburguesa, el “cheesecake” y las decoraciones navideñas, surgía el antojo del arroz con gandules, el tembleque y majarete, el cuerito de lechón y el “kétchup” sobre los pasteles.

Así llegamos al día de la nochebuena.  Desde la mañana hasta la tarde transitamos entre museos y el gran parque, pero al llegar la noche temprana nos quedamos sin planes en la agenda.  “¿Qué quieres hacer?  ¿Dónde pasamos la nochebuena?”  La ciudad que nunca duerme tenía sus propuestas, pero el timbre del teléfono nos hacía una contra oferta.

“Una querida amiga nos invita a su hogar, ¿Qué crees?”  Yo asentí, pero con reservas.  “Nochebuena en casa extraña, con personas que no conozco y a las afueras de la ciudad”.  Unos minutos más tarde, nos subimos al tren en dirección a nuestro destino.  Atrás dejamos la brillantez de las luces y, entre parada y parada, nos adentramos en la opacidad de los “buildings”.

Al llegar, con mucha inseguridad miré a todos lados.  Subimos hasta la carretera y mi impulso fue regresarnos de inmediato.  De nuevo sonó el timbre del teléfono, pero esta vez para ofrecer dirección; “Crucen la calle, bajen una escalera”, y después de un laberinto insospechado, llegamos a la puerta de la humilde posada.

Con un fuerte abrazo nos dieron la bienvenida.  La noche fría entró en calor.  Junto a la mesa la noche se hizo buena, entre pasteles, pernil y arroz.  Llegó la hora de despedirnos, y ahora era yo quien no quería el adiós.  De regreso en aquel tren vacío, reflexionamos sobre la inmensa bondad del amor de Dios, y a manera de doxología, en gratitud alabamos a nuestro Señor; “a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos…, a Él sea gloria… en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.  Amén.

 

Oración

Dios que haces cielo y tierra nueva en medio de nuestras viciadas construcciones de vida, ayúdanos siempre a ver “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre”.  En el nombre de Aquel que es camino, verdad y vida, Jesucristo, nuestro Señor.  Amen.

Autor: David Cortés