“¡Fue ella! ¡Ella sabe coser!”

11 de noviembre de 2016

Gálatas 6

“No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. (Gálatas 6.9)

 

Grabado en mi memoria, vive el sonido de la máquina de coser.  Ese sonido insistente que, con cuidado y destreza, revela la fuerza del pie en el pedal y el cuidado de la mano que guía el trozo de tela, para hacer de los pedazos una gran pieza.

Había telas de diferentes colores y texturas.  Hilos y cintas.  Patrones, aplicaciones y bordados.  Alfileres y agujas.  También había olores en la cocina, y entre las obligaciones del quehacer diario nunca cesaba la alabanza melodiosa “al Dios que ha sido y es mi única esperanza”.

De niño, fueron muchos mis antojos de una pieza de sus manos y entre los pedidos formales, nunca existió un no, ni para mí ni para mis hermanos.  Nos vestíamos con el orgullo de su humildad, con el valor reconocido, del amor invertido en tiempo.  De ese, su esfuerzo, que se le adelantaba al sol y el cansancio, parecía resistirse a la invitación de las estrellas.

Con el transcurrir de los días y de los años, por antojo y capricho, caminé a prisa a mis ganas y voluntad de ignorancia.  Allí fui deshecho.  Desde el suelo anhelé el regreso y entre la mirada profunda y la resolución por la novedad de vida, caminé firme pero despacio, por el camino del regreso.

Mi mente y corazón eran un torbellino de palabras y pensamientos.  Y sin saber cómo articular, brotó la presencia del amor que abraza y la mano que guía.  La cinta métrica y las puntillas anunciaban la cercanía.  Desde lejos y aprisa llegó mi padre con abrazo y afecto.  Mi anillo y sandalias, los recibí de sus manos, pero el vestido nuevo…  El sonido insistente de la máquina de coser.  Con cuidado y con destreza me revelaron la gracia del cielo.  ¡Fue ella!  ¡Ella sabe coser!  Ella con su cuidado y una perseverancia acérrima hizo tal cual Dios, de los pedazos una gran pieza.

No hubo una gran fiesta ni celos de hermanos.  Pero sí la mirada audible de mis padres que, en la paz del Altísimo, se decían entre sí “no nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a Su tiempo segaremos, si no desmayamos”.

Oración

“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”.  Ayúdanos oh Dios a perseverar sin desmayar.  A sembrar para la vida en medio de terrenos de muerte.  A hacer lo bueno, esperando en Ti.  En el nombre de Aquel, que es camino, verdad y vida.  Jesucristo nuestro Señor.  ¡Amen!

Autor: David Cortés