Cuando hablamos desde nuestro dolor

22 de septiembre de 2017

Job 10-12

 

«1 Está mi alma hastiada de mi vida; Daré libre curso a mi queja, Hablaré con amargura de mi alma. 2 Diré a Dios: No me condenes…»  Job 10:1-2ª RVR60

 

En cuántas ocasiones hablamos sin saber, damos rienda suelta a nuestra imaginación y llegamos a creer que lo que hemos pensado es la verdad y hasta absoluta.  Cualquier otra cosa que alguien pueda opinar o decir, no la tomamos en consideración.  Te has encontrado en esa posición en algún momento, es posible que sí, yo definitivamente lo he estado.  Job había entrado en un momento profundamente crítico en su estado físico y emocional.  Una lucha entre la razón, la emoción y la percepción que él tenía sobre Dios y Su soberanía absoluta.  Si estoy viviendo este momento, es porque el Señor lo permite y se ha olvidado de mi justicia, de que he sido un hombre íntegro.  En este momento, tenía que responder a preguntas e insinuaciones de aquellos amigos que habían venido para consolarle, pero se había perdido su propósito.  Se pueden perder los momentos más valiosos cuando estamos buscando a quien responsabilizar, en lugar de buscar a quien acompañar en el amor del Señor para consolarles en su dolor.

Dios no necesita quien lo defienda, Él está por encima de todas las cosas y gobierna sobre todo.  Nuestro pueblo, está necesitando de gente sean capaces de ser instrumentos en las manos de Dios para consolar, vendar y sanar.  Personas que sean capaz de ver el dolor de otros como suyos, que amen reconociendo que quien puede juzgar al final y a la postre es el Señor.  Frente a un grupo de líderes religiosos, Jesús afirmo, “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón”.

Hace algunos años, siendo pastor de la ICDC en Sierra Bayamón, tuve que acompañar un momento crucial en la vida de una anciana de nuestra congregación que su esposo murió estando predicando en uno de nuestros cultos de evangelismo.  Me llamaron y llegué a la casa donde había ocurrido este evento.  Debo poner en contexto la situación para que podamos entender mejor lo que estaba pasando, esta anciana había tenido un infarto celebrar hacía algunos años con parálisis en su lado derecho, tenía un hijo con retardo mental de algunos treinta cinco años de edad, corpulento, tal vez unas 350 libras.  Quien era su todo, era su querido esposo, citas médicas, compras, vestirse y poder manejar aquel muchacho, era él.  Crisis mayor, quien me va ayudar, que va a pasar ahora, cómo voy a manejar mi situación, eran preguntas medulares ante la muerte de un hombre tan especial como éste, por tal razón había mucho dolor, preguntas profundas para Dios, frustración, coraje con Dios, con la iglesia.  Llegué en medio de ese torbellino a aquella casa, no para justificar a Dios, a la iglesia, a los hermanos, solo para sentarme junto a ella y pedir que el milagro de la paz se hiciera real en medio de aquella situación para ella y para todos sus hijos.  Solo puedo decir que sobre aquel lugar cayó la presencia del Señor y fui testigo de cómo todo aquel momento se transformó en uno de paz.

“Dios no necesita quien lo defienda, sino quien lo ame y le sirva con profunda devoción, creo sin lugar a duda que, ante nuestras dudas más terribles, preguntas más insólitas y eventos más complicados, Él estará con nosotros”.

Oración

Dios de la vida, que Te compadeces de nosotros y en los momentos más oscuros y difíciles apareces para darnos paz y consuelo.  Hoy, Te bendecimos y adoramos por no tomar en cuenta nuestros errores y desaciertos, en nombre de Jesús.  Amén.